Taishan, una de las cinco montañas sagradas de China.

Los chinos del Sur dicen que tienen miles de montañas, ríos y genios, y los chinos de la provincia de Shandong responden diciendo que ellos tienen una montaña, un río, y un santo, dando a entender que ellos tienen los mejores: Taishan, el río amarillo, y Confucio.

Las cinco montañas sagradas de China son la montaña oriental Taishan (la de la Supremacía), la occidental Huashan (la del Esplendor), la meridional Hengshan (la del Equilibrio), la septentrional Heengshan (la de la Constancia) y la central Songshan (la de la Eminencia).

Taishan es la más venerada de las cinco montañas sagradas de China. Se encuentra a 1.545 metros sobre el nivel del mar. En la antigüedad, y a lo largo del tiempo, en la misma se han hecho ofrendas y rituales, y se ha ido construyendo edificios y monumentos.

Dicen que sólo cinco emperadores chinos subieron a Taishan, y uno de ellos (Qianlong, de la dinastía Qing) la subió en varias ocasiones. Confucio y Mao también subieron. Dicen que Confucio desde arriba de la montaña dijo «el mundo es pequeño», y que Mao dijo «Oriente es rojo». Nosotros, con los peques, y debido a la lluvia que caía, no pudimos llegar hasta arriba, y sólo pudimos decir «qué mal tiempo que hace».

En la antigüedad se creía que el sol iniciaba su viaje hacia poniente desde Taishan.

La montaña, con sus templos, han sido durante muchos años un destino de peregrinaje, y de marcada importancia tanto para el budismo como para el taoísmo.

La princesa de las nubes azules ocupa un lugar destacado, siendo una diosa taoísta muy venerada por las mujeres de Shandong y otras regiones, a quien acuden en busca de fertilidad, descendencia y protección.

Fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en el año 1987, ocupando una zona protegida de unas veinticinco mil hectáreas.

A pesar de que la montaña se conoce como Taishan, la palabra shan en chino significa montaña, por lo que lo más correcto es llamarla montaña Tai.

La montaña es accesible en autobús desde la base hasta «la Puerta del Medio Camino al Cielo», y allí hay un teleférico que sube hasta arriba. Pero la forma tradicional de acceder a la cima es caminando, subiendo los seis mil seiscientos escalones de piedra que llevan hasta arriba.

El camino de subida está todo hecho de escaleras de piedra, y se van encontrando templos, inscripciones caligráficas chinas, con la cota de altura grabada cada cien metros en el escalón de piedra correspondiente.

Para llegar cogimos un tren en Yanzhou para ir hasta Tai’an, pueblo desde el que se toma el bus para ir a Taishan. Un taxi desde la estación de tren hasta la entrada de Taishan cuesta unos 30 yuanes aproximadamente. El taxista nos dijo que ese día no subían los buses hasta la parte media de la montaña, porque había peligro de huracanes.

Subimos hasta donde venden los tickets, en la base de la montaña. Allí un guarda nos dijo que los autobuses si que funcionaban ese día.

El día estaba nublado. De hecho las previsiones meteorológicas habían anunciado un tifón según nos dijeron, y el cielo no pintaba demasiado bien. Pero se veía gente por todas partes, y no parecía que tuviera que ser nada importante.

Volvimos a bajar y cogimos un autobús (el núm. 3) que nos llevó hasta Tianwai, de donde salen los autobuses hacia la parte media de la montaña (la puerta del medio camino al cielo). El bus para subir más el ticket de entrada cuesta 157 yuanes por persona.

Cuando llegamos a «la puerta del medio camino al cielo» ya hacía rato que llovía, y la capelina ya estaba haciendo su utilidad.

Ferran no quería ponerse el impermeable, y Ona quería ir en brazos. Mientras la lluvia no paraba. Sara decidió quedarse en un pequeño local a tomar algo con los peques. Harry, Bianbian y yo iniciamos la subida al Taishan, sabiendo antes de empezar que no llegaríamos hasta arriba.

Estaba lloviendo, esto limitaba las fotografías a hacer, a pesar de que entre la capelina y un paraguas que compré en el mercado de la estación de Yanzhou, me las fui apañando. Durante algunos ratos llovía muy poco, y era el momento de aprovechar.

El paisaje iba cambiando según se movía la niebla. El camino estaba muy concurrido por turistas chinos. Algunos me pedían hacerse fotos conmigo. Lo encontré extraño, pues durante los días pasados ​​pedían preferentemente hacerse fotos con los peques.

Cuando estábamos a poco más de 1.100 metros de altitud decidimos volver atrás, pues abajo nos esperaban Sara y los niños, y además la lluvia no cesaba.

De bajada compramos, por seis yuanes, un chien bin chuan tah sum, que es una especie de crepe relleno con huevo, cebolla tierna, salsa de soja y churro chino, todo mezclado. No apto para paladares tradicionales.

Ferran se puso muy contento con un caracol que le trajimos (lo puso en una botella vacía de agua, y le fue dando comida), y con unas fotos que le enseñé de unos sapos que vimos en la montaña.

La vuelta la hicimos en bus hasta Tai’an, y después de comer en un restaurante de la ciudad, fuimos a la estación de tren para volver a Yanzhou.

Si bien no pudimos subir hasta la cima, y ​​aunque el tiempo no fue bueno, al menos pudimos hacer una caminata por la montaña.

Dicen que quien sube hasta arriba de Taishan vivirá hasta los cien años. Nosotros no podemos agarrarnos a esa dicha, pero, por si fuera cierta, suponemos que algún miramiento tendrá con quien ha hecho el esfuerzo de ir a pesar de no haber llegado hasta la cima. Y si no es así, ¿quién quiere vivir hasta los cien años? Quien no se consuela es porque no quiere.

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