Nuestra estancia en Nankín ha sido motivada por la necesidad de tener una parada entre Yanzhou y la montaña amarilla, para evitar una viaje demasiado largo a los peques.
Escogimos Nankín por ser el mejor punto para hacer la parada en nuestro recorrido, y de paso aprovechar para visitar una ciudad con una larga historia. Si bien estaríamos allí poco más de un día, al menos algo podríamos ver de la ciudad.
Como antigua capital del sur de China, y por su antigüedad e historia, era el sitio ideal para aprovechar «una parada técnica», y conocer de primera mano algunos de los lugares más interesantes de la ciudad. Uno de obligado: la montaña púrpura (Zijin Shan).
Nankín (en pinyin Nanjing), con unos 6.500.000 de habitantes, según datos del 2007, es la capital de la provincia de Jiangsu, y fue capital de China en diversos momentos de la historia.
Está situada en la orilla derecha (al sur) del río Yangtsé, y actualmente es la segunda ciudad más grande de la región después de Shanghai.
En el año 1937 fue escenario de la mayor atrocidad que cometieron los japoneses en su invasión del país, en que murieron unas trescientas mil personas.
Cogimos el tren en Qufu, un tren rápido que en dos horas hace el trayecto que el tren tradicional hacía en unas siete horas.
El tren nos dejó en la estación de tren Nanjing South, y desde allí cogimos un taxi que nos llevó al hotel que habíamos reservado por internet la noche anterior, el Eastern Pearl Hotel. La atención en el hotel fue muy buena.
Poco después de llegar fuimos a comer algo en el restaurante de la segunda planta del hotel, pues los peques ya lo reclamaban.
La elección de los platos no fue muy buena, pues sin darse cuenta Sara había dicho que sí a la recomendación hecha por la camarera de un plato que resultó ser raíces de loto (plato muy popular en China, pero que a nosotros personalmente no nos gusta nada), otro plato eran vegetales de Nankín (sólo lo probamos, y quedó todo intacto). Lo que salvó el almuerzo fue un plato de pollo y otro de setas con huevo.
Por cuestión de horarios no nos daba tiempo de ir a la montaña púrpura, y aquel día el salón del memorial a las víctimas de la masacre de Nanjing estaba cerrado. Así pues, decidimos ir a visitar el templo de Confucio.
La zona donde está situado el templo es muy tranquila y cuidada, con calles peatonales. Además al estar al lado del río Qinhuai (ramificación del Yangtsé) se puede dar una vuelta en barca, que es muy recomendable.
El paseo en barco nos gustó mucho, es una manera diferente de ver una ciudad, y aprovechamos que Ona se había dormido para hacer la excursión en barco durante su siesta.
Tras el paseo en barco fuimos a visitar el templo de Confucio. Ona ya estaba despierta y tanto ella como Ferran no se cansaron de correr por el patio del templo.
Ferran pudo golpear, por dos yuanes, el gran tambor que hay en el patio del templo. Disfrutó como un niño de cuatro años (en pocos días cinco).
Este templo fue un centro de estudios confucianos durante más de mil quinientos años.
Algo que nos chocó mucho cuando ya era oscuro y queríamos coger un taxi para volver al hotel, es que los taxis ponen la luz roja cuando van libres, y la verde cuando llevan pasajeros. Por cierto, fue muy complicado conseguir un taxi.
El día siguiente por la mañana fuimos a la montaña púrpura (Zijin Shan). En este lugar hay muchos sitios de interés, por lo que en escogimos uno, y el resto quedan para una futura visita. El lugar escogido fue el mausoleo o tumba Ming Xiaoling, que es uno de los más grandes e imponentes de toda China. De hecho, las famosas tumbas Ming situadas en Beijing se hicieron tomando como modelo la de Nankín.
Este mausoleo fue realizado por el primer emperador de la dinastía Ming, Hongwu, y dicen que se tardó más de veinticinco años en terminarlo.
Según la leyenda, cuando el emperador murió salieron de Nankín muchos festejos fúnebres idénticos en diferentes direcciones (otras versiones dicen que salieron de diferentes ciudades), y obviamente sólo uno era el real y auténtico. El motivo era para evitar que se supiera el lugar exacto del entierro y así impedir una futura profanación de la tumba.
La entrada la mausoleo cuesta 70 yuanes, y, como siempre, los menores que no llegan a 1,20 metros de altura no pagan.
Debido a la extensión del recinto, hay unos vehículos eléctricos que hacen un recorrido por toda la zona, con un coste de 200 yuanes por vehículo. La duración del recorrido es de unos veinte minutos.
En el mausoleo hay un paseo con esculturas de animales de piedra, otro con estatuas de figuras importantes de la época.
La construcción principal de la tumba de Ming Xiaoling es enorme.
Parece ser que la tumba propiamente dicha todavía no ha sido encontrada.
Fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 2003.
Para moverse por la montaña púrpura hay autobuses. Es difícil encontrar un taxi, si bien se puede encontrar ante los monumentos más importantes algún coche particular que hace las funciones de taxi, pero hay que pactar el precio por anticipado, pues cobran precios más elevados.
A mediodía volvimos al hotel. Antes de partir hacia la estación de tren compramos fruta y otras provisiones para el trayecto de siete horas de tren que nos esperaba para llegar a Huangshan (la montaña amarilla).
Los peques seguían siendo el centro de atención, y cuando no había alguien que les tocaba el cabello rubio, o que intentaba hacerles alguna fotografía, había varias miradas que les seguían y sonrisas de aprobación. Esta situación que en un principio resulta graciosa e incluso halagadora, al cabo de los días, y dependiendo de las circunstancias, puede llegar a resultar irritante.
Optamos por no dejar hacer fotografías a nadie que no lo pidiera educadamente. Y cuando alguien hacía fotografías sin pedir permiso le decíamos que no las hiciera, o bien nos colocábamos estratégicamente para salir de espaldas en la foto.
El momento de la entrada con los peques en un vagón de tren lleno de chinos es gracioso, pues todas las miradas apuntan hacia ellos, y si Ona está de buenas, como cuando subió al tren en la estación de Nankín, caminando ella solita y mirando a todos los pasajeros, las risas del público están aseguradas.