Por el desierto de Khor al Adaid (Catar) en un 4×4.

Era un día del mes de agosto del año 2008, estábamos en el interior de un todoterreno, encima de una gran duna de arena, en medio del desierto de Khor al Adaid, también llamado «mar interior», situado en el sudeste de Qatar (según la Academia de la lengua española: “Catar”). El conductor, de nombre Moa, había formado parte de un cuerpo especial del ejército de uno de los países de la península arábiga, y estaba muy acostumbrado a moverse por aquellas inhóspitas tierras.

El desierto de Khor al Adaid, conocido también como Khawr al Udayd, es un lugar lleno de dunas de arena que rodean una bahía que forma el mar en esta área del Golfo Pérsico, y que limita al Sur con la frontera de Arabia Saudí.

Antes de entrar en el desierto con el 4×4 paramos para sacar aire de los neumáticos (pues con el calor se expande el aire y aumenta la presión), y luego estuvimos más de una hora corriendo por el medio del desierto, entre las dunas, sin ninguna pista visible por ninguna parte, y con un paisaje de arena y más arena por todas partes.

Moa había conducido el vehículo hasta aquella gran duna, y había parado justo en el límite donde rompía la misma, con el fin de contemplar el paisaje. Faltaban todavía unas dos horas para que se pusiera el sol.

Estuvimos allí, parados, unos minutos, mientras hablábamos de la tranquilidad del lugar, del paisaje, y de diferentes temas sobre aquellas tierras desérticas, y fue entonces cuando Moa nos preguntó si creíamos que se podía bajar con el vehículo por aquella duna.

Era una duna tipo barjan (barkham o barhan), con su típica forma de media luna, con sus dos cuernos apuntando en la dirección del viento, y su vertiente de deslizamiento con una fuerte pendiente. Arriba de esa pendiente, en medio de la cresta de la duna, se había parado nuestro todoterreno, y nosotros, desde dentro del vehículo, estábamos contemplando la vista que ofrecía aquel lugar.

Nuestra respuesta fue rápida: no, no se podía, era imposible… El conductor nos dijo que sí era posible, y nos preguntó si queríamos probarlo. Dada su experiencia en estos asuntos, le dimos la confianza para hacerlo, y pocos segundos después estábamos bajando por aquella duna. Moa había dirigido el vehículo al abismo, al vacío, y mi primera reacción fue cogerme donde podía dentro del habitáculo de ese todoterreno.

El conductor dejó deslizar el vehículo en diagonal por aquella duna, como si estuviéramos haciendo surf sobre la misma, y ​​la verdad es que, pasado el primer momento de inseguridad, cuando parece que te estás precipitando al vacío, la experiencia resultó ser muy buena, y muy recomendable.

Después de aquella intensa sensación, las otras dunas y el resto de recorrido nos parecieron mucho más accesibles y sencillos.

En el borde del desierto vimos algunas tiendas árabes (jaimas), donde habitan beduinos.

Durante el recorrido por el desierto nos encontramos con algunos camellos salvajes.

Más tarde paramos a estirar las piernas al borde del mar, que forma una bahía rodeada por las dunas de arena, siendo la causa de que sea conocido este lugar como «mar interior».

Allí coincidimos con unos catarís que habían ido hasta aquel lugar para pasar el día.

Mientras estos nativos del terreno disfrutaban de aquel lugar, sin que pareciera que la temperatura les afectara en nada, nosotros intentábamos disfrutar también del momento, pero sudando constantemente debido a una temperatura ambiental que superaba los 40ºC, agravada por la humedad del lugar.

En la temporada estival, aparte del calor y la humedad, también son frecuentes las tormentas de arena, provocadas por el viento proveniente del golfo, al que llaman Shamal.

Después de comer unos frutos secos que llevábamos, y beber suficiente líquido para contrarrestar el constante sudor que sufríamos, nos dirigimos con el todoterreno hacia el norte, dando por terminada nuestra estancia en aquel desierto.

La experiencia fue muy recomendable, el sitio vale la pena, y si bien es un lugar donde la temperatura durante el verano es muy alta, como por otra parte ocurre en todo el país, hay que tener en cuenta que es un paisaje único, y que si se va en otoño o en invierno, se puede disfrutar de unas temperaturas mucho más moderadas.

De todos modos, aunque en las guías de viaje se aconseje ir en aquellos meses en que las temperaturas son más bajas, entre los meses de noviembre y mayo, no debe desestimarse ir en pleno verano, pues cada lugar ofrece diferentes visiones y sensaciones según el momento en que se visite.

Independientemente de la temporada en que se visite, es imprescindible ir con alguien que conozca la zona y que sepa conducir por la arena del desierto, y, por supuesto, llevar suficiente agua.

Por último, quiero mencionar el curioso fenómeno de las dunas cantantes, que emiten sonidos por la vibración de la arena a consecuencia del viento. Nosotros no oímos estos sonidos, tampoco es que prestáramos mucha atención al respecto, pero para aquellos que buscan sensaciones que salgan de lo más cotidiano, puede ser una motivación más para conocer este lugar.

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