De Kochkor a Tash Rabat, segunda jornada en la ruta hacia Kasgar, cruzando el paso de Torugart (Kirguistán).

En aquella casa de Kochkor pasamos una buena noche. Nos levantamos a las siete y media. Para desayunar nuestra anfitriona nos había preparado crepes (блини), mermelada de tres tipos (fresa, ablipija y mora), pan, una bandeja con cacahuetes, orejones, pasas y té.

Nos despedimos agradecidos por el buen trato que habíamos recibido en aquella casa kirguís.

Durante las horas de ruta íbamos hablando con Sasha, nuestro conductor. Él era ruso. Sus padres habían nacido en Bielorrusia. Nos explicaba que en Kirguistán se vivía bien, según él mejor que en Uzbekistán. Supongo que todo es cuestión de gustos, y de la experiencia personal de cada uno.

Durante el camino íbamos parando donde nos apetecía, sin prisas, pero sin dormirnos. El camino era bastante malo. Ibamos encontrando bastantes camiones que llevaban chatarra hacia China, y en sentido contrario camiones cargados de productos manufacturados.

Era un día nublado, llovía a ratos. El paisaje era muy montañoso, con grandes valles, donde de vez en cuando aparecían caballos y vacas, así como gente autóctona, con una fisonomía de rasgos muy acentuados.

Paramos a comer en Naryn, donde comimos langman (fideos cocinados con vegetales y/o carne), sopa, gulash (carne estofada), manti (pasta en forma redondeada y aplanada con carne dentro), pan y té.

La carretera hasta Naryn estaba asfaltada, pero a partir de aquella población la carretera empeoró, convirtiéndose en una auténtica carretera de montaña, sin asfaltar y llena de agujeros. Íbamos a una media de 30/35 kilómetros por hora. El cielo estaba encapotado, iba lloviendo, hacía fresco, pero aquello no impedía disfrutar de ese paisaje inhóspito de montaña.

Después de estar todo el día en la carretera, llegamos a la desviación para ir a Tash Rabat. Había que desviarse quince kilómetros de la carretera principal. Durante ese último trayecto tuvimos que cruzar un río dos veces sin que hubiera ningún puente. Estábamos en plena montaña.

Por fin llegamos a Tash Rabat. Tash Rabat no es un pueblo, es un antiguo caravasar en medio de la montaña, reconstruido y cerrado (la visita costaba 50 soms). Los habitantes de aquel lugar viven en yurtas.

Tash Rabat se encuentra aproximadamente a unos 3.500 metros de altitud, y a una distancia de 99 kilómetros de Naryn.

El caravasar data del siglo XV y su restauración se terminó en 1984. Era un lugar de parada durante la época de la ruta de la seda, por los mercaderes que viajaban desde la Transoxiana a Kasgar (Kashgar). Consta de una nave central y de varios pasillos que llevan a treinta salas.

Nos alojamos en una yurta. En las yurtas no había luz, pero sí una estufa que funcionaba con excrementos secos de vaca.

Después de dejar nuestras cosas en la yurta, fuimos a dar una vuelta por los alrededores. Subimos a una colina para tener mejor vista. Hacía frío, y de vez en cuando lloviznaba.

Aquel lugar era especial, diferente, y con un poco de imaginación te podía transportar a aquellas épocas en que las caravanas que hacían la ruta de la seda, salvando las inclemencias climatológicas, los peligros de la naturaleza, y los bandoleros, se adentraban por aquellas tierras montañosas sin otro refugio que aquel caravasar que hacía de lugar de acogida en medio de la nada, a muchos kilómetros de distancia de cualquier lugar habitado.

Para cenar nos dieron borsch (борщ) (sopa de col, remolacha y otras verduras), patatas, tomate, pepino y pan. Nosotros lo acompañamos con unas cervezas que habíamos comprado en Naryn y que así que llegamos pusimos en el río a refrescar.

Después de cenar, dentro de la yurta, sacamos la mesa (una mesa muy baja) y nos pusieron unas mantas que luego nos harían de cama. Durante la noche no paró de llover, a ratos a cántaros!! Hacía frío… dormí muy mal.

Mientras aquel aguacero retumbaba por toda la yurta, en plena noche, en medio de aquel lugar inhóspito, situado en medio de las montañas de Tian Shan, e impedía que pudiera dormirme, acurrucado entre unas mantas que no acababan de impedir el paso del frío y la humedad que reinaban en todo el ambiente, el pensamiento iba más allá, pues aquella situación ayudaba a hacerse una idea de la vida que llevaban los mercaderes y acompañantes que formaban aquellas caravanas en tiempos de la ruta de la seda, cuando cruzaban aquellas montañas. Una vida dura, que no tiene nada que ver con nuestra percepción actual de las cosas.

Conseguí dormir a ratos, pero me alegré cuando fue la hora de levantarse, porque, a pesar de estar cansado, al menos terminaría con la sensación de humedad y de frío que había tenido aquella noche, y además ese nuevo día nos ofrecería otro lugar especial, el paso de Torugart.

A pesar del frío y la humedad, todo iba bien. Habíamos empezado aquel viaje en Bishkek, un lunes por la mañana, y por tanto, esa ruta por el que es uno de los pasos de montaña más complicados de este planeta, había comenzado con buenos augurios, pues, según la tradición kirguís, el lunes es el día más feliz de la semana, y todo aquello que se empieza en lunes tendrá éxito.

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