Recuerdos de un viaje en tren por Vietnam.

Hace ya unos cuantos años, hice mi primer viaje a Vietnam. En aquel entonces aquel era un país muy poco turístico. Después de la «intervención» francesa y posteriormente americana en el país, éste quedó en cierto modo estigmatizado desde una visión occidental, como un país peligroso o poco amigo de las influencias occidentales, y, quizás por esta razón, por aquella época casi no había turismo en Vietnam. Lo cierto es que durante el mes que estuve viajando por todo el país, de sur a norte, fueron muy pocos los extranjeros que me encontré.

Después de pasar unos días en la antigua capital, Hue, disfrutando de la tranquilidad que ofrecía la ciudad y sus próximas playas, me dispuse a ir hacia Hanoi, su actual capital.

Hasta aquel momento no había viajado en tren por Vietnam, y pensé que sería la ocasión perfecta, pues podía realizar el viaje en tren nocturno, experimentando un nuevo medio de transporte en aquel maravilloso país.

Cuando subí al tren dejé la mochila y me alegré al ver que, al menos aquel vagón en que me encontraba, no iba lleno.

Al principio pude empezar a experimentar el calor que hacía en aquel vagón, pero más tarde, durante la noche, cuando empezó a hacer fresco, los pasajeros pudimos comprobar que no había suficientes mantas en el tren para todos. A decir verdad tampoco es que esperara que hubiera mantas o nada similar.

El tren avanzaba a una velocidad lenta, y así pude comprender ciertas historias a las que no había dado mucha credibilidad. Había leído que en los trenes de Vietnam había que ir con cuidado con los ladrones, razón por la cual debían de cerrarse las ventadas y puertas exteriores, pues debido a la poca velocidad de los trenes, los ladrones accedían al tren desde el exterior, y, después de realizar sus fechorías, volvían a salir de la misma manera que habían entrado.
Durante aquel viaje no entró ningún ladrón, al menos no en el vagón en el que yo viajaba, o al menos yo no me enteré, pero sí que entraban insectos de diversas clases, entre los cuales se encontraban numerosas hormigas, mosquitos, y algunas cucarachas.

Por otra parte, las ventanas no permanecieron cerradas durante todo el viaje, pues al final de la tarde aparecieron dos empleadas del servicio ferroviario que traían la cena, con un gran puchero y bandejas, y después volvieron a pasar a recoger aquellas bandejas con las sobras, las cuales fueron tiradas por la ventana sin más miramientos.

Intenté dormir en aquellos asientos, que eran tan duros como la madera, y la verdad es que me costó, pero conseguí dormir unas horas arropado por el zumbido de algunos mosquitos, a los que mantenía a cierta distancia gracias al repelente que me había aplicado.

Cuando llegamos a Hanoi, a la mañana siguiente, parecía que hasta los insectos se habían cansado de aquel largo viaje, pues solamente unas pocas hormigas seguían haciendo acto de presencia. Quizás se habían ido cerca de la ventana por donde se tiraron las sobras de la cena la noche anterior, en busca de los restos de aquellas sobras.

Por supuesto que debe de situarse ese viaje en tren en su época, hace ya unos veinte años, pues ahora existen trenes muy distintos y mucho mejores en algunos recorridos. De todas maneras, quizás todavía pueda encontrarse algún tren, en algún recorrido, que pueda ofrecer esas experiencias viajeras, con sus pequeñas sutilezas…, para que el viajero no quede desencantado con tanta modernidad y acomodo que ofrecen los transportes más modernos.

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