Zhouzhuang, una de las pequeñas Venecias de China.

Llegamos a Zhouzhuang con un autobús proveniente de Suzhou. Suzhou es conocida como la Venecia de Oriente, apelativo que le dio Marco Polo, pero la verdad es que Zhouzhuang, de más pequeñas dimensiones, con un casco antiguo muy bien conservado, y con casas, puentes, canales y calles cuidados en su estilo tradicional, se merece el calificativo de «la otra Venecia de China».

El pueblo de Zhouzhuang está en la provincia de Jiangsu, situado entre Suzhou y Shanghai, al sur del río Yangtsé, en el municipio de Kunshan.

Es un importante destino turístico. Según las estadísticas oficiales cada año recibe un millón de turistas, tanto chinos como extranjeros. Su proximidad con Shanghai es la principal causa.

Por esta zona hay varias poblaciones de características similares, con canales y agua que conforman una estética que a los occidentales recuerda la Venecia italiana.

De estas poblaciones, que los chinos llaman pueblos de agua, dejando de lado Suzhou, hay seis: Tongli, Luzhou, Zhuozhuang, Xitang, Wuzhen y Zhuhijiao. Todas ellas comparten unas características comunes: son poblaciones que están atravesadas por uno o varios canales, conservan sus construcciones originales, mantienen una población local que aún realiza actividades tradicionales, son poblaciones con una larga historia que se refleja en su parte antigua, y todas ellas han adquirido el compromiso de conservar estas características.

En el año 2008, estas poblaciones situadas a orillas del sur del río Yangtsé, fueron propuestas a la UNESCO para ser declaradas Patrimonio de la Humanidad. Sigue leyendo

Una desagradable sorpresa en la habitación de un hotel de Damasco.

Acabábamos de llegar a Damasco. Se estaba haciendo de noche. Habíamos intentado encontrar una habitación en dos hoteles, pero uno estaba lleno, y el otro parecía cerrado. Era un día festivo. Un chico nos vio ante este segundo hotel, y, con signos muy gráficos, nos dijo que abandonáramos el intento para encontrar una habitación. Nos indicó que le siguiéramos, y fue él quien nos llevó hasta un hotel donde sí que encontramos una habitación doble.

Si bien la habitación tenía un aspecto viejo, y no tenía baño, en la misma había dos camas, que era lo importante, e incluso tenía un lavabo donde lavarse las manos.

La ducha estaba en el pasillo, y no la describiré porque es mejor no recordarla.

Parecía que todo nos había ido bien. Habíamos llegado desde Turquía, y teníamos ganas de descansar.

Hacía horas que no comíamos, así que busqué dentro de mi mochila una secallona del Pallars (un fuet o longaniza seca para aquellos que no lo conozcan) que me había reservado para una ocasión especial, y el hecho de haber llegado a Damasco parecía que era «lo» suficientemente especial como para empezar a degustar esa delicia celosamente guardada en el fondo de la mochila desde hacía muchos días. Sigue leyendo

El “Seguici Popular” (cortejo popular) de las Fiestas de Santa Tecla de Tarragona.

Hace unos días que finalizaron las fiestas de Santa Tecla de Tarragona.

Estas fiestas duran diez días, este año del 15 al 24 de septiembre, y tienen todo lo que se puede esperar de una fiesta mayor, como son las verbenas, teatro, deportes, etc., pero lo característico y la esencia de las mismas son el conjunto de bailes y danzas, entremeses, bestiario, representaciones alegóricas y bailes hablados, que conforman el “Seguici Popular” (cortejo popular), protagonista absoluto de las fiestas.

En los últimos años se ha realizado una importante labor de recuperación que ha hecho que Tarragona tenga uno de los cortejos más importantes de Catalunya.

Además está la tradición castellera, con la exhibición de “castells”, y con los “pilars” que suben y bajan las escaleras de la catedral y van hasta el Ayuntamiento. Sigue leyendo

Suzhou, la Venecia de Oriente.

Cuando llegamos a la estación de tren de Huangshan, ya de noche, y después de pasar el control de equipajes de entrada, nos fuimos a la sala de espera. Como siempre, nos convertimos en el centro de atención. Todas las miradas se centraban en nosotros, sobre todo en los peques. Cuando fue la hora pasamos a los andenes, y nos dirigimos al tren que nos debía llevar a Suzhou.

Era un tren nocturno con compartimentos de literas. En cada compartimento habían seis literas, dos abajo, dos en medio y dos arriba de cada compartimento.

Los tres billetes que habíamos comprado hacía unos días, se correspondían a dos literas de arriba de uno de los compartimentos, y una litera del medio del compartimento de al lado.

Entonces entendí por qué me costó tanto conseguir que me vendieran los tres billetes, y lo que intentaban decirme cuando sólo me querían vender dos billetes de la parte de arriba de un compartimento.

Los niños de menos de un metro y veinte centímetros no es necesario que viajen con billete, pero entonces deben estar en el asiento, o, en este caso en la litera, de los padres. Sigue leyendo

La Diada de Catalunya de 2012: viaje a la independencia.

Ayer estuvimos en Barcelona, ​​y fuimos a la manifestación convocada con motivo de la Diada. El lema era muy claro: “Catalunya, nou estat d’Europa” («Catalunya, nuevo estado de Europa»).

La participación ciudadana fue impactante. Un millón y medio de personas. Casi nada! Los que ayer estuvimos en el centro de Barcelona pudimos apreciar en primera persona la realidad catalana. Allí habían niños y mayores, gente de todas las edades y condiciones, familias enteras que fueron a expresar un sentimiento catalanista muy arraigado. El ambiente era festivo. No hubo ninguna salida de tono. Lo que sí hubo fue un claro sentimiento nacionalista e independentista, con cantos que pedían la independencia de Catalunya.

El día escogido para esta manifestación fue la Diada, la fiesta nacional de Catalunya.

La diada nacional de Catalunya es el once de septiembre, y conmemora el recuerdo de la última defensa de Barcelona el once de septiembre de 1714, después de catorce meses de asedio ante el ejército del Borbón Felipe V. Sigue leyendo

De Chiang Rai (Tailandia) a Luang Nam Tha (norte de Laos).

La noche anterior habíamos llegado a Chiang Rai, y aquella mañana nos levantamos a las cinco y cuarto de la madrugada, pues a las seis teníamos que coger un autobús que nos llevaría a Chiang Khong.

Era importante coger ese primer bus, pues había que pasar la frontera entre Tailandia y Laos pronto, y una vez en Laos intentar conseguir un transporte que fuera hacia el norte, en dirección a Luang Nam Tha, y sino, una barca que nos llevara hacia el Sur, en dirección a Pakbeng. Decidiríamos la ruta a seguir sobre el terreno, dependiendo de cómo viéramos la situación, pues era época de lluvias y las carreteras del norte de Laos suelen estar intransitables en esa época.

Llegamos a la estación de autobuses justo a las seis de la mañana. El trayecto en autobús hasta Chiang Khong era de unas dos horas (había otra carretera por donde se tardaba más de tres horas). El billete del bus nos costó 54 baths.

Llegamos a Chiang Khong a las ocho y cuarto. Desde el lugar donde nos dejó el autobús cogimos un tuk-tuk que nos llevó hasta la frontera. Sigue leyendo

Estambul, entre oriente y occidente.

El vuelo de las gaviotas y el canto del almuecín de madrugada despiertan la ciudad que ha estado durmiendo.

El sol aparece por el oriente, pero el reflejo de los minaretes de las mezquitas se ve desde el occidente. Los olores que nos asaltan por los mercados, nos evocan el oriente, pero el precio que ahora piden nos recuerda el occidente.

El oriente lo vemos por todas partes, en las alfombras colgadas y extendidas en las tiendas, en los vasos de té que circulan por restaurantes, bazares e incluso por las calles, en las manos pintadas con henna de las mujeres, en los kebabs, en el brillo de los dorados, en los mercados, en el regateo, en los pañuelos que llevan las mujeres, en las caras tapadas de algunas de ellas, en la silueta de los minaretes que surgen por todos los parajes de la ciudad, en las masbahas con que juegan los hombres, en los narguiles que provocan burbujas de aire para que el agua pueda moverse dentro de la tranquilidad que reina en el ambiente sombrío de las tranquilas teterías que todavía pueden encontrarse…

Pero el occidente también puede verse muy cerca del oriente en esta ciudad. Nos lo encontramos en las nuevas construcciones y servicios dirigidos al turismo, en el vestir de la juventud, y de los no tan jóvenes, en el transporte, y en el ambiente de ciertos barrios que quieren aproximarse más a la comodidad y maneras europeas que a la tradición asiática…

Si no cruzamos el Bósforo no pisaremos Asia. Si lo cruzamos dejaremos Europa.

Esta dualidad entre oriente y occidente está muy presente en Estambul, y quizás eso es lo que la hace una ciudad tan interesante y con tanto encanto.

Por la mañana nos despierta el canto del almuecín, pero luego, al atardecer, se puede escuchar el mismo canto tomando una copa en alguna de las terrazas de la ciudad.

En las mezquitas conviven los musulmanes que rezan sus oraciones, o que sencillamente han ido a pasar un rato, con los turistas que han ido a visitarlas.

El oriente quiere pausa y meditación, el occidente quiere rapidez y rendimiento, y el visitante quiere un poco de las dos.

Desde la primera vez que la visité, hace unos veinticinco años, la ciudad ha cambiado mucho, y a lo largo de los años ha tenido unos cambios graduales que si bien la han ido acercando a occidente externamente, no le han hecho perder su belleza oriental.

Estambul tiene un encanto especial, y se puede pasar en ella días y semanas, yendo de un sitio a otro, o bien dejando pasar el tiempo sentado en una de las muchas cafeterías, restaurantes o teterías, tomando un refresco, comiendo un dulce, o, si uno es más atrevido, fumando un narguile, pero esto último es mejor hacerlo acompañado, de esta manera pasará mejor el tiempo, con una agradable compañía, y, si el humo del narguile no sienta bien, habrá quien pueda ayudar al fumador novel al que el tabaco oriental haya dejado pálido y con la cabeza nublada.

Un viaje en taxi por Estambul.

Cada curva era una prueba para aquella masbaha que colgaba del retrovisor de aquel viejo taxi que nos llevaba al centro de la ciudad.

Sus treinta y tres perlas bien dispuestas, pero ya gastadas por el transcurso del tiempo, y por el traqueteo constante a que estaban sometidas diariamente, tenían todavía un leve brillo que hacía que no pudieras apartar la mirada de su movimiento que seguía el ritmo del vehículo.

Parecía que el taxista fuera daltónico, pues no paraba en la mayoría de los semáforos rojos, sino que aflojaba un poco, pero se los pasaba sin ningún tipo de pudor.

El vehículo iba equipado con barras antivuelco, lo cual no ayudaba a dar sensación de seguridad, sino que más bien indicaba que podías esperar una arriesgada carrera, en el sentido más estricto de la expresión.

Cada vez que hacía una infracción, e hizo una detrás de otra, al menos desde nuestra óptica occidental, el taxista o bien seguía inexpresivo, o bien hacía un signo de aprobación, seguro de sí mismo, y orgulloso de su conducción y de su vehículo.

Mientras tanto nuestras manos sólo buscaban un lugar donde agarrarse para evitar ir de un lado a otro de aquel «taksi».

El trayecto hasta nuestro destino no fue muy largo, pero nuestra sonrisa inicial se transformó en inseguridad creciente, y por momentos aquel corto lapso de tiempo se hizo eterno.

A aquel primer viaje siguieron otros. Quizás fue debido a que la primera vez fue más impactante, o que aquel primer taxista estaba especialmente avezado a las carreras, pero lo cierto es que, por suerte, no volví a tener esa sensación, no al menos con tanta intensidad, al coger un taxi («taksi» en turco) en Estambul.

Ya hace años que la cosa ha cambiado, y actualmente coger uno de los abundantes taxis amarillos que recorren las calles de Estambul no representa una experiencia tal vital, si bien hay que tener en cuenta que no son muy prudentes en la conducción, y que han aumentado los taxistas que intentan engañar cobrando más de la cuenta. Lo mejor, como en todas partes, es que el taxista no detecte que no se conoce el recorrido, ya que sino puede tener la tentación de hacer un trayecto más largo de lo necesario.

Bajada por el Mekong desde Phnom Penh (Camboya) hasta el Delta del Mekong (Vietnam).

Nos levantamos temprano para desayunar y estar preparados a tiempo para coger un minibús que nos llevaría hasta la barca con la que deberíamos hacer la bajada por el Mekong hasta llegar a Vietnam, en Chau Doc (precio del viaje hasta Chau Doc: 7$).

El minibús nos recogió en el Capitol Guesthouse, en el centro de Phnom Penh.

El trayecto con el minibús duró unas dos horas. Nos dejó en el río Mekong, y allí cogimos una barca en dirección a Vietnam. Durante el trayecto se puede ver la vida que hay en el río Mekong. Sigue leyendo

De Siem Reap a Phnom Penh (Camboya). Una visita rápida por Phnom Penh: el horror del régimen de los jemeres rojos.

Ya hacía unos días que estábamos en Siem Reap (Camboya) y habíamos visitado muchos templos (Angkor Vat, Angkor Thom, el Bayon, Ta Prohm, Pre Rup, Banteay Srey, Ta Som, Preah Khan, etc.).

Nuestra intención era ir hacia el Sur de Vietnam, y por tanto la ruta elegida era bajar hasta la capital de Camboya, Phnom Penh, y desde allí coger un transporte que nos llevara hasta el Delta del Mekong.

Como la ruta Siem Reap – Phnom Penh ya la había hecho en barca bajando por el río Tonlé Sap, y la ruta Phnom Penh – Saigón (ciudad Ho Chi Minh) ya la había hecho por tierra, en bus, ahora decidimos hacerlo al revés, el trayecto hasta Phnom Penh hacerlo por tierra, en bus, y desde Phnom Penh bajar en barca por el Mekong hasta llegar a Vietnam.

Salimos de Siem Reap con un bus, a las siete de la mañana.

Cuando estuve en el año 2000, esta ruta no era segura, había bandoleros por los caminos, y por eso en aquella época decidí hacer el trayecto por el río en barca.

Ahora la ruta ya era segura. Durante el trayecto el bus hizo algunas paradas. En una de ellas había unas mujeres que vendían productos para comer, entre ellos arañas a 500 rieles la araña. Las arañas eran de grandes dimensiones, y para los camboyanos parece ser una comida suculenta.

Nosotros, sea porque no teníamos mucha hambre, o sea por el asco de ver esas enormes arañas, negras y peludas, no las probamos. Podéis llamarme alfeñique, finolis, o lo que queráis, pero quisiera veros ante aquella «comida» y contemplar vuestra primera expresión. Sigue leyendo